jueves, 26 de diciembre de 2013

Tú eres la Maga

Tú eres la Maga, la de Rayuela. Y no te debería estar escribiendo esto. Hace mal. Pero lo hago porque sé que te gusta. Y me gusta que te guste. Me pasé toda la noche leyendo a Cortázar y ahí estabas tú, y me fascinó que Cortázar también te conociera y te hubiera sufrido. Me sentí acompañado. Y después que amaneció, decidí irme a dormir y pensé que a lo mejor tú estarías despierta aún. Pensé llamarte. Habría sido un gran error. No duermes los sábados en tu casa.

Te podría haber llamado a su casa. Eres tan imprudente que me has llamado desde allá y en mi teléfono quedó guardado el número. Sé donde duermes los sábados por la noche. He visitado la casa aquella en dos ocasiones. Quería conocer el terreno de mi enemigo. Varias veces he pensado declarar la guerra. Pero tú eres la OTAN y decides quien gana. Y seguro que desautorizas la guerra y me quedo con las ganas de pelear, y tu ahí, enviando las fuerzas de paz (que eres tú misma) y con tus cascos azules me desarticulas. Es terrible esto de ser el país pequeño. Pisoteado por los grandes.  Yo soy Yugoslavia, Somalia, Haiti, y tu los Estados Unidos que determinas lo que es y no es.  Yo también soy Cuba, y me rebelo. Soy Corea del Norte y me muero de hambre. Soy los militares chilenos y me inconformo sin llegar a hacer nada.

Anoche leí a la Maga. Y luego me sentí mucho mejor.

Esta mañana, liberado de la necesidad de la mentira, comencé la lectura de Paula, de Isabel Allende. No te veo en Paula. Ya quisiera yo que tu fueras un personaje de Isabel Allende en vez de tener que hallarte en Cortázar. La vida sería mucho más simple. Si fueras de García Márquez, todo sería una serie de polvos inolvidables y luego te irías con algún marino caribeño o te irías al cielo, para volver 30 años después, lo que es igual a no volver nunca.

Pero no, tienes que ser la Maga. Y yo tengo que obsesionarme contigo y escuchar a Alejandro Sanz única y exclusivamente porque una vez me dijiste que lo encontrabas creativo. Y allí estoy yo, estudiando a Sanz, sus frases, sus canciones cursis (me encantan sus canciones cursis).  Tus declaraciones las estudio hasta los detalles más ínfimos. Sugeriste alguna vez, hace no mucho tiempo, que yo me parecía a JFK junior. Sé que lo hiciste para hacerme sentir bien.  O tal vez en alguna extraña forma yo si tenga algún parecido con JFK, así como tu guardas alguna similitud con Sofia Loren cuando era joven.  Eso seguro que lo mencionaste cuando murió JFK y me despertaste por la mañana y me lo dijiste y yo no entendí muy bien por qué me despertabas con esas noticias si aquí el que sabía de política era yo y no tú.  Y perdóname que te lo diga pero el que en tu casa hay televisión por cable y que yo me despierte tarde--por lo tanto las noticias que ocurren por las mañanas siempre las sé después (como los premios nobel o las cifras del desempleo y la inflación)—no te da derecho a quitarme el rol de ser el anunciador de noticias importantes

Tú eres la Maga. Siempre lo supe, pero sólo anoche se me ocurrió volver a leer a Cortázar y te redescubrí y me puse sumamente contento de saber que yo no era el único que te había sufrido.

En ocasiones me cansa seguir enamorado de ti sin ser correspondido. Entiendo que ese es casi el kharma de todas las personas, pero tampoco desconozco, por ejemplo, que mientras yo escribo esto, tu pudieras estar durmiendo con otro. Y no es la parte del sexo lo que me molesta. Rectifico, y no es sólo la parte del sexo lo que me molesta. Se trata también de, literalmente, estar durmiendo con otro. De amanecer con alguien al lado, de llegar a casa y encontrar a alguien, o llegar a casa y saber que luego llegará alguien. Se trata de meterse bajo la ducha y saber que hace cinco minutos se estaba enjabonando una mujer que a lo mejor estaba pensando en mi (y no sólo en si voy a pagar las cuentas este mes y si voy a ayudar a limpiar el baño esta semana).

Tu ausencia de mi vida acumula, diariamente, inevitables deseos de venganza. Algún día, cuando vengas, te haré sufrir. No podré evitarlo. Llegarás, lograré enamorarte y entonces comenzaré a canalizar ese instinto de supervivencia, de justicia, de venganza que a todos nos motiva.  No podremos ser felices jamás.  Ahora me destruyes tú, algún día lo haré yo. Luego escribiré una novela, conoceré a alguna mujer que no me ame y que yo no ame, pero con quien tampoco tenga deudas pendientes de olvidos, frustraciones, noches de abandono.

Lo mejor de conocer a alguien y enrollarse de buenas a primeras es que uno tiene la certeza de que no habrá recriminaciones iniciales de por medio.  Aún si uno llega a desplazar a alguien que ya iba de salida, un novio con quien ella venía terminando desde hace meses por ejemplo, la certeza es que mi llegada fue la ultima paletada del entierro aquel.  Distinto es cuando uno llega y la relación anterior está recién entrando en una crisis, o cuando mi llegada no logra empujar al anterior por la borda, y comenzamos a convivir los tres, tú, él y yo, en una trama de mal entendidos, confusiones, decepciones y desaciertos. Ahí también se acumula la venganza.

Cuando te envíe esto, y aunque ahora lo escribo para evitar llamarte y decírtelo de frente, para evitar enviártelo, todos sabemos que lo escribo para enviártelo.  Si sólo me alimentara la ira entonces rompería vasos, bebería, saldría de putas. No, el odio lo canalizo en este documento terriblemente destructivo, destructivo para ti y autodestructivo. Si quisiera conquistarte, ésta es la vía menos indicada.  Pero no actúo estratégicamente, vivo en una tragedia griega.  Cuando esto llegue a tus manos, en el fondo te alegrará saber que eres mi musa.  No harás caso a las amenazas que aquí explicito, porque sabes que en el fondo ya no hay nada que hacer al respecto.  Aún si vinieras hoy y te enamoraras de mi, el odio acumulado que te tengo nos terminaría de destruir.

Consciente de la ausencia de amnistía, decides entonces evitar caer en mis brazos por ahora. En el fondo te entiendo. No hay nada que podamos hacer.  Yo espero aquí, sufriendo, acumulando odios, hasta el día que me ames, me sienta seguro e incapaz de controlarme, comience a destruirte, a vengarme por lo que me hiciste sufrir.  Y tu mientras tanto gozas esas alegrías que sabes te causarán la destrucción final.

Yo, mientras espero, leo a Cortázar y te imagino conmigo en París (tú eres la Maga y algún día viviremos en París) pensando que tal vez allí mismo comience algún día a destruir tu vida. 

Patricio Navia
Otoño de 1999

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